El poder de las palabras.

Dicen que una imagen vale más que mil palabras.
Sin embargo, pienso que una sola palabra vale más que mil imágenes, porque las palabras te invitan a imaginar...
...y es más bonito jugar con la imaginación que ver directamente una imagen.


jueves, 5 de agosto de 2010

Rumbo fatal hacia el destino de los vivos.

Como otro día cualquiera, el sol se dejaba ver entre las montañas del fondo, esta vez las nubes le acompañaban como si a la esfera dorada y resplandeciente se le hubiesen pegado las sábanas. Me incorporé al tiempo que los gallos anunciaban un nuevo día. La brisa fresca de una mañana primaveral, el sonido de los pájaros, el agradable aroma inconfundible del campo, cuyo verde se extendía hasta perderse en el horizonte, constituían un momento único, bello e ignorado por otros seres de la Tierra.
Me disponía a desayunar cuando mi compañero me miró, con los ojos entreabiertos, despertándose. Se levantó y fuimos a deleitarnos con un desayuno fresco y sencillo, como de costumbre. El tiempo pasó deprisa y, cuando nos descuidamos, el resto de nuestros compañeros ya estaban a nuestro alrededor buscando la sombra de los árboles para protegerse del calor propio de ese día. Acudí a un pequeño riachuelo, sediento, cuya agua fresca provenía de esas bellas montañas que en inviernos cubren su cumbre de blanco.
Era apetecible echarse un rato en esa hierba para reposar y disfrutar de la paz y la armonía de ese paraíso, pero sentí que me vigilaban. Giré mi cabeza hacia la derecha, y descubrí cuatro extraños seres, mirándonos fijamente. La curiosidad se apoderó de mí e hizo que acudiera al encuentro de éstos. Me detuve enfrente de ellos, examinándoles de arriba abajo. Uno de ellos me resultaba familiar, pero los demás eran caras nuevas. Pensé que eran inofensivos, así que bajé la guardia y volví con mis compañeros.

De repente, el ser que me era conocido nos llamó a tres de nosotros. Había algo grande tras él, una estructura extraña. Nunca lo había visto, no era un árbol, ni una roca, ni una caseta de madera, ni un muro de piedras: unas puertas se abrieron y nos invitaron a entrar. Nos separaban de nuestros compañeros: ese extraño objeto gigante donde nos encontrábamos comenzó a moverse y, a través de unas pequeñas ranuras en la puerta ya cerrada, veía cada vez más lejos el lugar donde viví hasta entonces, mientras una lágrima valiente se dejaba caer por mi rostro.
Hacía mucho calor y tenía demasiada sed, pero no encontraba el modo de salir de ahí para buscar un riachuelo, ni agua fresca dentro de este extraño e incómodo lugar movible. Así que simplemente tuve que asimilar la situación y dedicarme a mirar por la ranura de la puerta para estar entretenido, mientras me preguntaba constantemente a dónde nos llevaban. La sed, el hambre, la oscuridad y el aburrimiento provocaron que tirase la toalla y cerrara los ojos, buscando desesperadamente perderme en sueños profundos.
Una intensa luz me iluminó y me despertó, arrancándome de mi paraíso campestre para arrastrarme de nuevo hasta esa extraña plataforma movible, cuyas puertas ya se abrían. Dos seres desconocidos, quizás los que anteriormente vi en mi hogar, nos obligaron a salir de allí, y descubrí conforme salía, un suelo bastante gris, cubierto por numerosos soles y montañas extrañamente estructuradas perfectamente, rectas y con luces en su interior. El aire de esta zona estaba bastante cargado, a penas sentía alguna brisa y tampoco escuchaba el sonido de ningún río. Me detuve, miré al suelo pero no veía ninguna planta y era bastante duro, miré al cielo pero no veía estrellas, por lo que dudé si realmente era de noche. La luna era la única que no me había abandonado, además de mis dos compañeros, tan sorprendidos y confusos como yo. Escuchaba el sonido de los pájaros, por lo que el amanecer estaba bastante cercano, así que habría pasado la noche en el interior de esta incomodidad que nos condujo a este mundo tan extraño.
Mi estado de ánimo cayó estrepitosamente al tiempo que esos dos seres daban gritos y nos obligaban a avanzar hasta el interior de una gran roca con numerosas entradas. Más seres de la misma especie acompañaron a los mencionados para obligarnos a mis dos compañeros y a mí a entrar. Finalmente, me encerraron en un lugar cerrado por cuatro paredes, completamente a oscuras, aunque tenía la esperanza de que con el amanecer comenzara a quitar un poco la ceguera que provocaba estar en ese lugar, pues no veía nada.

El tiempo pasaba, se me hacía interminable, me desesperaba. Tenía hambre, calor, muchísima sed y ganas de chocarme contra la pared. Me estaba volviendo loco y, sin ningún sueño, me dedicaba a examinar la oscuridad. El silencio se hizo sonoro, dejé de escuchar tan sólo mis escandalosos pasos para descubrir que algo ocurría en alguna parte del exterior más próximo. De repente una intensa luz volvió a cegar a unos ojos cansados de mirar y no ver. Alguien entró en el lugar donde me encontraba y me obligó a salir de él. Lo veía todo borroso conforme más me aproximaba a la luz que me acababa de sorprender. La incertidumbre se apoderó de mis pasos, que con torpeza caminaban discutiendo si avanzaban o retrocedían. Quise ser prudente, pero poco a poco me acabó envolviendo un miedo, cuyos efectos no lo manifestaba externamente, sino en mis razonamientos. Quise ser positivo, por lo que pensé que simplemente el miedo era exceso de prudencia.
Finalmente salí de aquel lugar, bastante forzado. Sonidos extraños envolvían el ambiente. Descubrí albero acompañado de suelo duro bajo mis pies, por lo que quizás sería el momento de regresar a ese lugar donde pertenezco, donde soy libre. Mi vista intentaba acostumbrarse a tanta luz tras tanto tiempo en las sombras, pero de nuevo los extraños seres que me transportaron aquí me obligaban a avanzar sin descanso y sin sentido aparente. Con tranquilidad me disponía a cumplir sin remedio esas órdenes, pero me comenzaron a hacer daño, provocando que demostrara el efecto de largo tiempo corriendo por las verdes praderas que ya añoro con locura.

Me precipité sobre la más fugaz de las luces y salí ciego al exterior a toda velocidad. El sonido de una multitud gritando y aplaudiendo castigaba mis oídos y alimentaba mi confusión. Una figura dorada se interponía en mi camino a la nada. Me dolía la vista, así que cerré los ojos y seguí avanzando, disminuyendo la velocidad hasta pararme. El sudor bañaba mi cuerpo, quería encontrar la sombra en ese lugar, así que poco a poco abrí mis ojos para intentar acostumbrarme al ambiente. Bajo mí distinguí, de nuevo, albero y, poco a poco, giré la cabeza a mí alrededor para buscar alguna sombra para protegerme del sol o agua para saciar mi gran sed. No obstante no encontré nada. Estaba encerrado por muros de piedra rojizo, sin aparentes salidas. Ahora sí, distinguí miles de seres extraños como los que me echaron de mi hogar, en la parte superior, rodeándome. La figura dorada se volvió a aproximar a mí, y comenzó a gritarme, a insultarme, a echarme tierra en mi rostro. Era otro ser como todos los demás, aunque con una piel resplandeciente. Finalmente, tras sacarme de quicio, intenté asustarle corriendo hacia él, pero con bastante agilidad esa figura me esquivó, poniendo en su lugar esa especie de tela con la que me choqué anteriormente, mientras la multitud de los muros rojos cantaban y sonreían. Repetí en vano la misma operación, hasta que me invadió la curiosidad y comencé a caminar muy cercano al muro. Por unas ranuras otros tantos seres asomaban la cabeza incluso el cuerpo, y se escondían cuando me aproximaba a ellos.

La figura dorada volvió a sacarme de quicio y, cuando intenté asustarla de nuevo, me esquivó. Pero esta vez me hizo algo más. Grité de dolor, pues sentí como atravesaban mi espalda con algo afilado. La sangre se deslizó hasta caer lentamente, pintando el albero. Intenté sacarme lo que sea que tenía en la espalda, pero no lo conseguía. Confundido y furioso cargué con mucha más dureza contra esa figura dorada, que seguía esquivándome al son de los cánticos de unos seres que me parecían cada vez más extraños. Tras un rato de embestidas a esa manta que se interponía entre mí y la figura dorada, sentí como, de nuevo, me atravesaban la espalda. La sangre seca fue cubierta por otra más caliente. La herida esta vez me hacía más daño. Me escocía la espalda. Giré la cabeza y conseguí ver una especie de palo de colores que se movía al moverme y que igualmente me hacía sufrir. En ese preciso instante, en el que el hambre, la sed, el cansancio físico, la falta de aire y el daño que ese ser me estaba propiciando me torturaba, comprendí una cosa: si no luchaba jamás regresaría a mi tierra, jamás saciaría mi sed o mi hambre, jamás volvería a ver a mis seres queridos. Tendría que esforzarme para sobrevivir, tendría que derribar al ser dorado para intentar huir o ser aplaudido con estos seres de los muros, sedientos de sangre.

Mientras goteaba sangre, sabía que mi cuenta atrás se aceleraba. Con casta y coraje comencé a correr contra ese ser nuevamente, siempre en vano. El dolor de mi espalda era significativo, sobre todo tras recibir el tercer golpe afilado acompañado, como no, con el aplauso de esos horribles seres de los muros. ¿Qué hemos hecho los habitantes de mi especie para ser sometido a tanta injusticia?, me preguntaba mientras miraba al suelo. El ser dorado me miró con crueldad y aires de superioridad. Al ver que yo permanecía inmóvil, bajó la guardia y se giró con el aplauso de su público. En ese momento, la ira y las ansias de libertad se apoderaron de mis pasos y con fuerza y velocidad arremetí contra ese ser. De nuevo, me esquivó, aunque esta vez más torpemente. Me giré rápidamente porque sabía que esa vez sería mi gran oportunidad de liberarme, y corrí hacia él. Me puso por medio esa tela, pero ya no me la iba a jugar más. Tras pasar la tela me detuve en seco, miré a mi izquierda y a mi derecha velozmente y, al encontrarle, me precipité sobre él, derribándolo. Creía que los seres de los muros aplaudirían mi actuación, pero, al contrario, se llevaron las manos a la cabeza, gritaron con terror y me abuchearon.
No comprendía nada, me detuve en medio de ese lugar al tiempo que los seis palos afilados de colores seguía torturando mi espalda. Varios seres entraron para rescatar al dorado, pero ¿a mí quien me rescata?, pensaba. No me podía creer que en ese momento valiese más aquel que luchaba ansiando sangre que el que ansiaba libertad: ni siquiera había igualdad. El cansancio se apoderó de mí y me dejé caer sobre mis pies.
Después de descansar un poco en el centro de ese lugar, subí un poco la cabeza, descubriendo que se volvía a aproximar el ser dorado. Llevaba consigo, además de esa ridícula tela, un palo afilado, una espada.

No podía levantarme, mi visión se nublaba a la vez que se acercaba ese cruel ser. Escupí sangre, respiraba costosamente y con seriedad miraba a mi enemigo. Había llegado mi hora, sentí un fuerte dolor en la nuca, me estaban atravesando. De reojo observaba a esos seres en los muros riendo, cantando y festejando mi muerte. La sangre inundó el suelo, mi cuerpo lentamente se desplomaba hacia la izquierda y ya no podía respirar, pues me estaba ahogando en sangre. Dos lagrimones nublaron por completo mi vista, la cual ya regresaba a esa tierra que añoro: a esos montes, ese verde, esos ríos, esos árboles, mi familia, mi hogar, mi libertad. Sentí de nuevo la brisa, volví a ese extraño lugar una vez más, sintiendo que me cortaban mis orejas y me arrastraban por el suelo y, finalmente, regresé a ese sueño. Ya no sentía dolor; ya no tenía ni sed, ni hambre, ni miedo; la muerte me esperaba y yo iba a ella, con ganas, pues ese ser, que creo recordar que se llama humano, me había robado mi sueño: vivir…



…ya regresaba a esa tierra que añoro: a esos montes, ese verde, esos ríos, esos árboles, mi familia, mi hogar… mi libertad.




¿Cultura o tortura? Sí, es una pregunta retórica: ya conocemos la respuesta...